Ralph Alpizar
ADVERTENCIA

ADVERTENCIA

UNA REITERACIÓN NECESARIA

Este texto no pretende agradar. No busca aplausos ni consensos, y mucho menos pretende complacer a quienes, desde la ignorancia o la conveniencia, han hecho del seudofolklore un negocio, una excusa o una máscara.

Este escrito es una advertencia. Es una voz que se levanta —sin miedo y sin adornos— para señalar con precisión quirúrgica una de las peores enfermedades que puede corroer el alma cultural de un pueblo: la falsificación de su tradición.

No se trata de un fenómeno nuevo, pero sí de uno que hoy se ha multiplicado, camuflado en espectáculos, mercancías, discursos y artesanías sin espíritu. Detrás del colorido aparente, lo que se esconde es un vaciamiento del sentido, una prostitución de lo sagrado, una burla impune a los ancestros y a la historia.

Este texto es para incomodar. Para que tiemblen los que juegan con símbolos que no comprenden. Para que se sonrojen los que enseñan sin haber aprendido. Para que despierten los que aún tienen respeto por la verdad profunda de la cultura popular cubana, esa que no se aprende en tarimas ni se compra en ferias, sino que se hereda con sangre, con lágrimas, con silencio y con compromiso.

Aquí se nombran los males por su nombre. Aquí no se maquilla el desastre ni se disfraza la ignorancia. Lo que vas a leer es un llamado urgente a la honestidad, al estudio serio, al respeto absoluto por las raíces, y al rechazo categórico de todo aquello que pretende pasar por cultura sin tener alma, linaje ni verdad.

Quien no esté dispuesto a mirar de frente esta realidad, que no lea.
Pero quien sienta que aún es tiempo de defender lo verdadero, que abra los ojos.
Porque el seudofolklore no es inofensivo. Es un enemigo que sonríe mientras arrasa con todo.

Y frente a eso, el silencio sería traición.

EL SEUDOFOLKLORE: REITERACIÓN NECESARIA

La cultura popular cubana, rica, compleja y profundamente enraizada en las vivencias del pueblo, ha sido víctima en tiempos recientes de una peligrosa distorsión: el seudofolklore. Este fenómeno no es una simple equivocación ni un error inocente. Es, en esencia, una forma degradada, desinformada y superficial de asumir, representar y divulgar los saberes ancestrales. Se trata de una falsificación que, lejos de rendir tributo a nuestras raíces, las desfigura y las convierte en mercancía para el consumo banal.

El seudofolklore no nace del pueblo, sino de la ignorancia, la pereza intelectual y, en muchos casos, de un oportunismo disfrazado de arte. Es hijo directo de la superficialidad, de la falta de estudio serio, del desconocimiento del contexto y del irrespeto a las tradiciones. Como bien señaló el maestro Rogelio Martínez Furé, estamos ante un “jineterismo seudocultural” que prostituye los símbolos y vacía de sentido las expresiones populares.

Llamo seudofolklore —sin titubeos— a toda forma falsa, banal o caricaturesca de asimilar, reinterpretar o mostrar públicamente las tradiciones populares. Es una burla consciente al legado espiritual, histórico y social del pueblo cubano.

Ya en el siglo XIX surgieron señales de este fenómeno, disfrazado de teatro vernáculo y humor nacionalista. Se construyeron personajes como Liborio o el guajiro lépero, mientras se ignoraban o ridiculizaban las verdaderas raíces multiculturales de la nación: la africana, la haitiana, la asiática, la árabe. Así comenzó una narrativa cultural blanqueada, incompleta y, sobre todo, excluyente.

Con el tiempo, el daño se multiplicó. En nombre del turismo, del espectáculo o del “arte”, se deformaron danzas, se alteraron cantos, se travistieron los símbolos y se inventaron personajes sin alma ni respeto. Se popularizó una imagen exótica, folklórica de postal, donde la mulata, el ron, el tabaco y la rumba eran los estandartes falsos de una cubanía reducida a estereotipo.

Hoy el problema persiste, y quizá con mayor gravedad. Abundan los grupos de danza que improvisan toques y pasos sin sustento alguno; pintores y artesanos que representan a los Orishas y Nkisis de manera grotesca, vulgar, y sin el más mínimo respeto por sus atributos, colores y símbolos sagrados. Se atreven incluso a fabricar objetos supuestamente “rituales” sin conocer su significado, sin iniciación, sin autoridad ni pudor. Es el folklorismo desalmado, el folklore sin pueblo, sin espiritualidad y sin verdad.

Más alarmante aún: esta distorsión se exporta. Es cada vez más común ver a personas en el extranjero —sin formación, sin vínculo real con estas prácticas— dar conferencias, organizar talleres y presentarse como especialistas, vendiendo una imagen deformada y fantasiosa de nuestras tradiciones. Estos farsantes engañan a públicos sinceramente interesados, sembrando confusión, banalización y desprecio encubierto.

El rescate de nuestra cultura popular no puede ni debe hacerse con apuros ni improvisaciones. Requiere estudio riguroso, humildad ante la sabiduría popular, respeto por los mayores, y un compromiso real con la esencia funcional y espiritual de cada manifestación. La tradición no se embellece para agradar al turista ni se reinventa para quedar bien con los públicos. La tradición se honra, se estudia, se practica y se transmite con fidelidad y reverencia.

Como advirtió Martínez Furé, no cualquiera está capacitado para enseñar cultura popular tradicional cubana. No basta con saberse unos pasos o usar ropas coloridas. Hay que haber recorrido caminos, escuchado a los verdaderos portadores, leído con profundidad, y sobre todo, haber sentido el peso de esa herencia en el alma.

El seudofolklore es un enemigo silencioso, disfrazado de admiración, de espectáculo, de “apropiación”. Pero detrás de su máscara se esconde el desarraigo, el oportunismo y el desprecio. Y el que lo practica —por ignorancia o por conveniencia— se convierte en cómplice del olvido, de la falsedad y del empobrecimiento espiritual de un pueblo entero.