La leyenda de la Madre de aguas en Cuba: mito y misterio revelados
La leyenda de la Madre de aguas en Cuba: mito y misterio revelados

La leyenda de la Madre de aguas en Cuba: mito y misterio revelados

«Voy a contártelo, pero va a ser la causa de mi muerte»

En Cuba la Madre de aguas es un majá (serpiente) poderoso y mágico. En la Isla, que sepamos, se han recogido dos leyendas relacionadas con este mito. En 1940, un grupo de alumnos de Gramática y Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua la Grande, dirigido por la profesora Ana María Arriso, colectó el que titulara La Madre de aguas de la Laguna de Hoyuelos. Esta leyenda afirma que en dicha laguna existía un monstruo, una Madre de aguas, que como una sombra se elevaba sobre la superficie de las aguas y devoraba todo cuanto encontraba en su camino. Hasta una yunta de bueyes había desaparecido en la laguna donde la hambrienta Madre de aguas sagüera vivía. En 1962, José Seoane recogió en Las Villas otro mito sobre la Madre de aguas. Se lo narró José Miguel Rodríguez; obrero, en el barrio Condado. Lo peculiar de esta narración es que la Madre de aguas no era maligna: no atacaba al ser humano. Ello contrariaba la tradición sagüera. Rodríguez calificaba a la Madre de aguas de un majá tan grande como una palma9 que hay por ahí, por los ríos y charcos. Son eternos.

Aunque no los había visto, conocía su existencia por el relato de un amigo. Afirmaba que las Madres de aguas nunca se mueren y nadie se atreve a matarlas porque el que las mata se muere. Lo bueno que tiene es que donde hay una, el agua nunca se seca, lo mismo si es un río que una laguna. Esta información, de que la laguna o río donde se encuentre una Madre de aguas no se seca, está en boca de todo informante. Nuestra actual investigación, tan extensa como acuciosa, lo ha comprobado. Rodríguez repetía su cualidad inofensiva: no atacan a nadie pero dicen que al que las ve le da fiebre.

NUEVAS MADRES DE AGUAS CUBANAS

Para aclarar lo más profundamente posible el mito de la Madre de aguas de Cuba, hemos investigado más de medio año en pueblos, campos, caseríos; sobre todo en la provincia de Las Villas, tan rica en mitos. Hemos investigado personalmente en numerosas regiones camperas, tanto llanas como montañosas. También, hemos adiestrado un breve pero eficiente equipo de investigadores: Adalberto Suárez, padre e hijo; Magaly Landa; Aida Ida Morales; René Batista Moreno; Rigoberto Valdés; Alberto Anido; Joaquín Marrero. Su concurso fue importantísimo. Caminaron, indagaron, salvaron. El resultado de la investigación es sorprendente por la ganancia de sus datos. Han parecido numerosas Madres de aguas, con bellas variantes y extraordinarios hechos. En Cuba, en términos generales, la Madre de aguas ni es sirena ni es diosa, ni es espíritu atrayente y terrible de las aguas. En Cuba la Madre de las aguas es, repetimos, un enorme majá, agresivo o no, maligno o no, silbante, y relativamente bienhechor porque mantiene las aguas corrientes donde quiera que las habita. Pero existe una excepción: la ninfa. Tal variante de la Madre de aguas la recogió el poeta decimista popular, Joaquín Marrero, de boca de su padre.

Es ella una leyenda de grande hermosura, cercana a la fabulación poética: Me contaba mi padre, Silverio Marrero, que cuando él era un niño vivía en San Felipe, en la provincia de La Habana, y que su padre, Agustín Marrero, era muy aficionado a la caza de codornices, por lo que caminaba por los potreros de toda la zona. Además le gustaba la montería y otras labores del campo, todo lo cual lo hacía recorrer muchos lugares internados en los montes y potreros. Varias veces le contó que por San Antonio había un ojo de agua, una especie de pozo ancho natural, del cual conocía la siguiente leyenda: Cierta vez iba un montero detrás de varias reses y al acercarse al ojo de agua vio una mujer muy linda desnuda en su orilla. Se detuvo a observarla, y ella le dijo: «¿Me has visto? Pues si quieres vivir mucho tiempo no se lo cuentes a nadie». Acto seguido desapareció arrojándose al agua, pero sin hacer ruido. Y el charco comenzó a revolverse como un caldero de agua hirviendo. Se alejó preocupado de lo que había visto y llegó a su casa sin decirle nada a su esposa. Pero ésta al notarle cierta preocupación le preguntó el motivo. «Nada mujer, no tengo nada», le contestaba. Ella tanto le asedió con la pregunta hasta que le dijo: «Voy a contártelo, pero va a ser la causa de mi muerte». Y le contó lo sucedido. Al poco rato sintió un fuerte dolor de cabeza y éste se fue agravando hasta que esa misma noche murió. Esto se lo contaba mi abuelo a mi padre, y mi padre no lo creía hasta que un día salieron los dos a cazar codornices y se encaminaron al lugar. Mi abuelo le dijo: «Vamos al ojo de agua, pero no hables ni tosas, porque si lo haces se revuelve el charco». Se acercaron al mismo y contaba mi padre que nada vio de anormal al no ser un pocetón de agua limpia y cristalina. De pronto mi abuelo tosió y el charco comenzó a revolverse saltando al extremo que los chispotazos los mojaban. Él nunca supo el motivo de este fenómeno, pero hubo quien se metiera en el charco y lo hurgara todo sin hallar nada.

Si mi padre no creyó a mi abuelo, yo tampoco creí a mi padre, hasta que allá por el 1930, vi en un periódico un reportaje del ojo de agua revuelto. Explicaba todos estos detalles, menos el de la mujer desnuda y decía el reportero que pudo comprobar el fenómeno del agua revuelta cuando le hacían bulla. El resto de nuestra investigación es diferente: surge siempre un enorme majá, cornudo y silbador, poco sanguinario, a veces plácido, siempre impresionante, atemorizador del campesinado cubano.

Extracto del excelente y muy recomendado libro del profesor Samuel Feijoo: Mitología Cubana (1986).