Los muñecos andantes del Palo Mayombe. (Parte I)
Siempre que el ngangulero realiza un muñeco de cualquier material, simplemente hace una «cosa», un mero objeto; sin embargo, cuando realiza una escultura con madera procedente de un árbol sagrado, se considera que ha hecho algo más que una «cosa», ya que procede de un árbol que tiene la propiedad característica de ser «puente» o lugar de tránsito de los «mpungu» (trad. santos congos) y de los «nfuiri ntoto» (trad. espíritus difuntos). Es el caso de cualquier talla realizada, por ejemplo, con madera de árboles como la ceiba (Ceiba Pentandra), el laurel (Picus Nitida, Thumb.), la siguaraya o ciguaraya (Trichilia Havanensis, Jacq.), o la palma real (Roystonea Regia) entre otros tipos.
Realmente, la habilidad de la talla es algo añadido y muy poco importante, incluso sus rasgos humanoides son a veces difusos y hasta desproporcionados o estéticamente absurdos, y es que para el ngangulero lo verdaderamente fundamental es que él al elaborar la talla emplea la fuerza de la palabra (la fuerza «ndinga»). Su palabra es la que hace que una figura profana y común se convierta en algo completamente diferente, precisamente en aquello para lo cual ha sido hecha: una imagen con “vida propia”. Es la acción ritual de “nombrar” (en congo mukumbu) el ingrediente determinante para que el muñeco tenga “fuerza vital”, más incluso que la “carga mágica” un añadido de elementos naturales con la que se dota la imagen de habilidades y poderes sobrenaturales, prueba de estos es la existencia conocida de los mencionados muñecos, también llamados “kini-kini” o “teke-teke” que son solos imágenes macizas sin más “carga mágica” que el poder transferido por el ngangulero mediante el empleo de la palabra que es quien le otorga de significado, nombre y función.
También, un muñeco elaborado con otro material que no sea precisamente madera de un árbol sagrado, puede cumplir la misma finalidad: la de convertirse en imagen con “fuerza vital” a través de la palabra.
Una imagen es producto de la palabra, del nombramiento, y dicho nombramiento determina lo que expresa.
En una ocasión conocí a un tata nganga mientras estaba realizando los últimos retoques a dos pequeñas tallas de madera que él mismo había elaborado muy toscamente y que aparentemente parecían iguales tanto de forma como de tamaño.
A pesar de su parecido, el tata nganga aseguró que la figura situada a su derecha representaba a su espíritu protector Tá Gervasio, y que la figura situada a su izquierda representaba a otro espíritu protector, llamado Tá Manuel. El nombramiento era tan sólo lo que identificaba a cada representación.
Ante el gran parecido de ambas figuras de madera, surgió la siguiente pregunta:
«Y si se cambiaran de lugar ambas figuras, o bien olvidaras a quién representa cada una, ¿qué ocurriría?».
El tata nganga respondió lo siguiente:
«Pues no pasaría absolutamente nada. Ambas figuras volverían a ser lo que fueron al principio: meras tallas de madera. Por ello, tendría que volver a darle a cada una un nombre del espíritu protector que le corresponda a partir de entonces: Tá Gervasio o Tá Manuel».
Por otra parte, manifestó también que el nombramiento específico que le daba a cada figura de madera, sólo tendría lugar durante el tiempo que él considerara conveniente:
«…Si Tá Gervasio o Tá Manuel no me dieran lo que yo pido, dejo de invocarle; y en cuanto a su figura, o le cambio el nombre y le doy el de otro espíritu protector, o bien la arrojo al fuego para que se destruya completamente. Bastará con que yo diga: «desde ahora ya no significas absolutamente nada para mí».
Tal concepción encaja perfectamente con el pensamiento místico-mágico de los pueblos bakongo quienes “utilizan” tallas de madera u otros materiales para representar a los espíritus o entes sobrenaturales en los que quieren influir ya sea con propósitos benéficos o maléficos. Llegando incluso a simbolizar en imágenes a personas vivas, y mediante la palabra proyectar su “fuerza vital” para propiciarle al nganga “trabajarlas” es decir, hechizarlas.