Los fenómenos que más difíciles resultan de comprender son aquellos en los que están presentes los amuletos malignos o makuto-ndoki que los hechiceros crean durante los rituales de brujería muy secretos y que utilizan para echar maldiciones que alteran la voluntad de la víctima y traen consigo la enfermedad, e incluso la muerte.
Del mismo modo que algunos brujos pueden curar al enfermo restableciendo el equilibrio entre mente y cuerpo, otros pueden ser capaces de destruir ese equilibrio y provocar la enfermedad o la muerte repentina. Un makuto-ndoki puede ser cualquier sustancia u objeto, o la combinación de ambos.
Los usuarios de tales makuto-ndoki son numerosos: el granjero que quiere apoderarse de la cosecha del vecino; el hombre que desea que una mujer se enamore de él; el hombre que quiere ver roto el matrimonio de la mujer que lo rechazó; el hombre que desea a las esposas de sus amigos; la mujer que quiere eliminar a una rival; alguien que quiere deshacerse de un enemigo personal. Por lo general, estos amuletos malignos se esparcen por el camino que conduce a la casa de la víctima o por el patio de la vivienda; la calabaza medio vacía que contiene el amuleto se deja en las cercanías, con el fin de que el poder de sugestión venga a añadirse a la angustia de la víctima cuando tropiece con el amuleto.
En África y las Antillas, existe una opción que se vierte en el camino frecuentado por la víctima. Cuando ésta pasa por encima, la poción le provoca elefantiasis en los pies, dolencia que poco a poco desemboca en la muerte. Los gitanos dejan los amuletos —cuyo ingrediente principal suelen ser sapos secos— a la vista de la víctima, junto a su casa. En Europa estos amuletos son cadáveres de gatos negros enterrados junto a la vivienda de la víctima. En algunos casos los amuletos son reducidos a un polvo que se echa sobre la víctima. El polvo del amor, por ejemplo —polvo que hace a una mujer enamorarse del hombre que lo echa sobre la cabeza de ella—, está hecho con el cadáver seco y pulverizado de un colibrí; a éste se agrega polen y esperma del galán. Hay unos polvos que, echados sobre un rival, impiden al rival dormir durante dos o tres meses y cubren todo su cuerpo de enormes granos purulentos.
Hay hechiceros que también tienen poder para echar maldiciones sin dejar el makuto-ndoki en el camino frecuentado por la víctima o cerca de su casa. Son, por ejemplo, los amuletos que se guardan en el lugar donde el hechicero celebra el ritual. Pueden estar escondidos dentro de una muñeca hecha de madera, barro, cera o trapos, cuyo aspecto se asemeja toscamente al de la víctima. El hechicero emplea el amuleto para enfocar y concentrar las energías malignas dentro de la muñeca. La muñeca, activada por la aguja que el hechicero le clava, actúa como transmisora de estas energías, enviándolas hacia la víctima; esto funciona hasta que la muñeca es destruida. Los amuletos y las muñecas malignas son aún más potentes cuando contienen alguna materia orgánica del cuerpo de la víctima designada, como son el sudor, cabellos, uñas de manos o uñas de pies (por esta razón, los peluqueros, manicuras y pedicuros de muchos países asiáticos, queman siempre el pelo y las uñas de los clientes en presencia de éstos); o cuando contienen algo que real o simbólicamente pertenece a la víctima; puede ser un trozo de ropa o algo que ha estado en contacto con ella, como por ejemplo un montoncillo de tierra que rodea la cabaña donde nació la víctima.