Analizamos en los artículos precedentes el contexto histórico en el que llegaron a Cuba procedentes del manikongo a partir del siglo XVI y hasta la segunda mitad del XIX miles de esclavos. El tráfico tanto legal como ilegal más tardíos (finales del XVIII y hasta muy avanzado el XIX) traían consigo esclavos con la religión católica en adopción o en último caso no les era desconocida, recordemos que el catolicismo desde hacía tres siglos se había introducido en esa zona de África y era ya, para este entonces, la religión dominante en la Región del Bajo y Alto Congo.
Casi todos los esclavos eran bautizados en grupos antes de ser embarcados a Las Indias, a su llegada en los “mercados de esclavos” o en las propias plantaciones o factorías donde trabajarían. Los Bakongo percibieron a los santos, ángeles, vírgenes, y demás iconografía católica como los antepasados de los “blancos”, sus bakulu, es decir, entendieron que lo que los blancos hacían con esas imágenes, era adorar a “seres espirituales”, lo mismo que hacían ellos con sus difuntos y antepasados míticos, algunos de los cuales también eran representados es toscas estatuas de madera, pero también en estilizadas y detallas figuras humanoides o antropomorfas con gran riqueza artística y colorido. Para ellos el bautismo al que eran obligados por el “amo blanco”, era el “rito de iniciación de los “mundele” (trad. Lit. Hombre blanco en dialecto Congo afrocubano) las misas eran parte del “rito” de los “amos” con esos antepasados, que les habían doblegado. De igual forma llevar consigo un escapulario, rosario, estampa, oración o simplemente una cruz bendecida o no por el cura, era un amuleto protector que le ayudaba a aplacar la ira de los “dioses blancos” para sobrellevar su penosa condición de esclavo.
El kongo en su afán de influenciarlo todo, propio de su mentalidad mística, les hacía ritos a los dioses blancos para alcanzar sus favores y mitigar de esta forma sus penurias. También lo hacían a árboles y rocas antiguas, causes de ríos y hasta montañas enteras, con el fin de propiciar a los elementos de esa nueva tierra a la que habían sido llevado e entablar así un dialogo mágico con su espiritualidad. Recordemos que para el kongo la tierra por sí misma es un nkisi (espíritu) ella en sí misma tiene vida propia, así como también la tiene todo lo que de ella nace o a ella se adhiere, lo que es una condición singular de cada tierra, y por consiguiente cada porción de terreno es intrínsecamente única y por lo tanto puede ser susceptible de rituales.
No hay más que ver, en el estudio de los movimientos mesiánicos africanos del siglo XX la capacidad de adaptación y asimilación del Congo para mezclar conceptos a todas luces antagónicos para los occidentales, pero que por el contrario para el Bakongo son completamente compatibles y hasta idénticos a alguno de sus preceptos sacro mágico. Muchas de las iglesias surgidas al calor del Kimbamguismo dicen rescatar y proteger la religión tradicional con total pureza, mas, sin embargo, se trata simplemente de una readaptación de los dogmas católicos o evangelista.
Cuando arriban a Cuba los bakongo, primero por decenas y luego por miles, llegan desposeídos de sus atributos, privilegios y jerarquías, sometido por un colono cruel que les humillaba y vejaba ya fueran mujeres, niños u hombres, rompiendo sus esquemas de comportamiento social. Imagino que tuvieron que sufrir un trauma sicológico y existencial que los marcaría profundamente y pusieran en duda la interpretación y valides de sus tradiciones, surgiendo como consecuencia nuevas formas de culto. Y esto tuvo que ser necesariamente así por dos razones fundamentales. Una la obligada integración con esclavos procedentes de otras etnias, algunas incluso rivales en su áfrica natal, recordemos que los amos se cuidaban mucho de tener dotaciones homogéneas étnicamente, para evitar que se unieran y se levantaran en armas o simplemente huyeran como cimarrones. Y dos que los esclavos traídos a las Antillas eran en su mayoría jóvenes, por obviedad, ¿de qué valía un esclavo viejo? Esto trajo consigo que muchos no eran en sí practicantes de un culto o sacerdotes experimentados o viejos conocedores de la tradición oral, en todo caso su conocimiento era más limitado, y esto indefectiblemente concluyo en una reinvención de su culto.