EnTenkodogo (Burkina Faso), la magia del sacerdote real y profesional de la lluvia ya no tiene valor porque uno de sus antecesores enseñó su arte a demasiada gente. Por eso se confía más en el arte del rey (el tenkodogo-naaba), que supo mantener en secreto sus sortilegios sobre la lluvia, un conocimiento que estaba en sus manos en calidad de rey, como es frecuente también en el resto de África. A veces, una sociedad secreta o de culto tiene en su poder conocimientos especiales secretos que le proporcionan poder y lucro. Se trata sobre todo de conocimientos de medicina o religiosos, fórmulas mágicas y rituales para reforzar la fertilidad de los campos, del ganado o de los hombres.
Para entrar en una de estas sociedades es o preciso cumplir con una serie de requisitos y eso sólo se logra paso a paso, en el marco de un proceso de iniciación. Quien revele sus secretos a otras personas puede ser castigado incluso con la muerte. En un cierto sentido, cualquier comunidad local puede ser entendida como un tipo de sociedad secreta por los grupos vecinos o por los extraños en general. Un determinado conocimiento, sobre todo el saber sacro esencial (mitos, cantos sagrados, fórmulas mágicas, rituales), del que depende la conservación de la vida de la sociedad, está fuertemente custodiado por los ancianos y sólo es revelado a los varones jóvenes durante las ceremonias de iniciación, pues las mujeres suelen proceder de otros grupos, siguiendo el sistema de la exogamia y las hijas se casan, por su parte, con personas de otros grupos. Aquí estriba uno de los problemas principales para los etnólogos, incluso durante el periodo colonial. Por ejemplo, a finales de la década de 1920, un joven etnógrafo francés se interesó por la relación entre el sacrificio de gallinas y la circuncisión en un grupo del África occidental. Para conseguir las informaciones con más seguridad, contactó con el comandante de la región.
Se encontró, no obstante, ante la oposición persistente de los ancianos. Su argumento era que sólo podían informar a quien previamente hubiera pasado por la circuncisión y no creían que los europeos estuvieran muy preparados para ello. Al final se llegó a una solución salomónica, anunciada por uno de los ancianos: «Muy bien, nos desharemos de él sin que lo note, con una buena historia». Con esta treta -«Echar arena en los ojos de alguien y contarle una historia inventada, cuando no se quiere decir la verdad»-, el famoso escritor africano Amadou Hampaté Bá, que vivió el caso, explica «la reacción ante unos agentes o representantes enviados por las fuerzas coloniales para realizar investigaciones etnográficas, unas personas que no estaban preparadas para vivir con la gente del lugar en sus mismas condiciones». Algo similar ocurrió cuando los etnólogos reconocieron querer averiguar sus secretos. Los africanos esquivaron las preguntas improcedentes, se limitaron a señalar las cosas superficialmente, hablaron del tema de forma vaga o mintieron.
El hombre protege, mantiene oculto o incluso en secreto aquello que considera «privado», tanto en sentido familiar como social, todo lo que contiene fuerza vital y puede aparecer como amenazado en determinadas situaciones. Los secretos siguen estando protegidos y en manos de unos pocos. La luz pública los convierte en «algo habitual». Para que conserven un valor especial deben estar en contacto con lugares sagrados y con personalidades poderosas y sacras; ambas cosas se condicionan mutuamente.