Secretos bien guardados I
Secretos bien guardados I

Secretos bien guardados I

Hay cosas en la vida que los demás no deben saber. Las personas deben comportarse siempre que sea posible «para sí» o «en secreto». Ambas actitudes significan lo mismo. En algunos idiomas, como el alemán, la palabra «secreto» (Geheim) está relacionada con «casa, hogar» (Heim). Antiguamente, secreto significaba «lo perteneciente al hogar», es decir, lo que tenía que ver con la esfera íntima del individuo y de la familia. Si los demás conocen estos secretos, uno se siente «desnudo» y, en ocasiones, a merced de los confidentes.

Las raíces de la preocupación por no hacer saber ciertas cosas a los demás, y sobre todo a los extraños, son en verdad muy profundas. En muchas sociedades tradicionales, la gente se preocupa mucho, por ejemplo, de no permitir que otras personas tengan acceso a uñas o cabellos propios y por ello los ocultan o entierran. Esta actitud está relacionada con la idea de que estas pertenencias contienen mucha fuerza vital, pues siguen creciendo aun cuando el proceso de desarrollo del individuo ya ha acabado. Los extraños pueden utilizarlos para ejercer una influencia mágica sobre la vida de sus propietarios. Por el mismo motivo se cubren las partes íntimas y en muchas culturas se ocultan también con un chai los ojos, la boca y el pelo. La envidia de los demás, concentrada sobre todo en el «mal de ojo», podría dañar la fecundidad de los genitales del individuo, envenenar el aliento, o bien perforar el interior de la persona a través de los ojos. En las sociedades antiguas, que no llevaban nada más que tal vez un taparrabos o un adorno en el cuerpo, la «falta» venía compensada por unas sutiles normas de etiqueta.

En los encuentros con una persona se miraba a otra parte, se cubrían las partes íntimas con la mano o, al sentarse, se doblaban las piernas una sobre la otra. Siempre está prohibido hablar en público sobre temas amorosos. Lo mejor es ocultar lo que se piensa mediante rodeos y disimulos, pues incluso las palabras, humedecidas por la saliva y llevadas por el aliento, pueden ser formas apropiadas de encantamiento. De forma muy especial, los nombres permiten poner en marcha la magia, siempre y cuando sean conocidos. Los nombres son considerados como parte de la personalidad.

A diferencia de los trajes, uno los «lleva» siempre consigo y por eso son receptáculos aún más importantes de la fuerza vital y una de las pertenencias más íntimas de su propietario. Los nombres propios personales suelen guardarse casi siempre en secreto y sólo son conocidos por los más allegados. Para las actividades en público se usará otro nombre en lugar del verdadero, incluso un apodo o sobrenombre. De esta forma, tampoco se utilizan los nombres verdaderos de las fuerzas sacrílegas o de los animales de rapiña, y en su lugar se usan perífrasis del tipo «Dios sea con nosotros» o bien «el que tiene cola» (farkas) para referirse al lobo en húngaro, ya que puede ser muy peligroso si su verdadero nombre llegara a sus oídos.