Florentina Zulueta
Florentina Zulueta

Florentina Zulueta

Una princesa esclava

Princesa dahomeyana; su nombre africano era Tolo-Ño, después Na-Tegué; hasta que fue capturada y traída desde niña a Cuba. Con posterioridad fue «calimbada» y «bautizada» como Florentina Zulueta, y sirvió en la dotación de esclavos del ingenio Arguedas, del famoso negrero caribeño Julián de Zulueta y Amondo, Marqués de Álava. Este infame negociante fue de famosa ferocidad y reputado como uno de los más activos traficantes y promotor también de la «trata» de chinos.

Florentina adquirió conciencia de su nuevo nombre, en los momentos que su opresor se convertía en un verdadero monopolista azucarero, y Lincoln proclamaba la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Todavía con la llaga viva y doliente del hierro caliente, señal de servidumbre, sobre su piel, recibió el burdo vestido de la esquifación, que no impedía la serena expresión de su dignidad. Las marcas tribales de su pueblo estaban grabadas en las mejillas, las sienes y en los hombros de la joven negra. Transcurría el año 1863 en el ingenio Arguedas; al Avemaria, los esclavos formaban en silencio. La princesa sentía resbalar sobre su piel de bermejo puro, la mirada torva y lasciva de Catalino Miranda, el brutal y primitivo contramayoral, que ya estaba «cebado» con Luisa Yebú y Francisca Agua-Ti, y trataba de adivinar lo que sería de su encuentro con la negra Florentina.

En 1868, Na Tegué tenía 40 años cuando el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, proclamó la igualdad de todos los hombres. Seis años después de que el Rey Alfonso XII firmara el decreto que determinaba el cese de la esclavitud en Cuba, esta fue virtualmente liquidada. Los negros continuaron siendo la principal fuerza de trabajo en el país, de modo que la explotación y el desprecio sustituyeron a la servidumbre.

Parte considerable de la oscura dotación humana del Arguedas se asentó en el municipio de Perico, Matanzas. Florentina se había hecho «montar» en su cabeza a Hebioso, el guerrero que tronaba y fulguraba con sus rayos; durante su consagración, recibió el nombre ritual de Tronó, que quiere decir: «todo lo tiene». La bandera de nación de Florentina era de color morado, con una estrella amarilla en el centro. El paño se colocaba junto con el cubano tricolor, en la entrada de la Sociedad Africana, en la calle Clemente Gómez No. 183. La princesa dahomeyana acariciaba con devoción las dos insignias.

Florentina era una mujer dulce y amable, le gustaban los niños, pero la vida no le dio los propios; en cambio, ella crió a muchos; su esposo, Ta Facundo, era también arará, su santo era Male. Todos saludaban a Florentina con los brazos cruzados e inclinando la cabeza. Hablaba muy suave y bajito, su ropa estaba siempre almidonada; pero cuando se le «subía» el santo era algo muy grande: una persona que inspiraba mucho respeto. La única foto de Ma Tronó está extraviada, pero la imagen quedó en el recuerdo de su hija de crianza., sus vecinos y todos los que iban a verla. Florentina fumaba tabaco, pero no bebía. Desayunaba agua con azúcar y prefería el tapi-tapi, comida de Hebioso, que consistía en pelotas de arroz ya cocinado y aplastadas como tortas, a las que les agregaba quimbobó, o caldo de gallina.

A los 105 años de edad murió, en 1933; con ella desaparecieron las raíces más puras de su raza entre nosotros. Antes de su fallecimiento se es forzó por hablar, condujo a los que estaban con ella a un rincón del cuarto, donde estaban las prendas sagradas de su religión, y descubrió el gran pañuelo rojo y blanco que cubría a Hebioso; era la primera vez que alguien no consagrado enfrentaba al poderoso fodún arará. Al final, con la misma humildad con que se enfrentó a la vida, enfrentó la muerte. La llevaron en hombros al cementerio, la colocaron dentro de una caja que costó 100 pesos; todo el pueblo estaba de duelo. Los santos y prendas se repartieron entre los miembros destacados de la Sociedad Africana. A los 150 años exactos del nacimiento de Na-Tegué, varios descendientes de los ararás se incorporaron como grupo folclórico al movimiento de aficionados; con posterioridad, varios niños constituyeron el grupo Omo Ladde. En el cementerio, los restos de aquella mujer, princesa y esclava, están mezclados con la tierra donde su raza sufrió y perduró en la nueva nación mestiza.