El ritual iniciático del «rayamiento»
El ritual iniciático del «rayamiento» recibe en congo el nombre de «ekí ménga Nsambi», cuya traducción literal es: «el juramento de la sangre a Dios».
Los nganguleros cuando hablan de este ritual iniciático, frecuentemente lo llaman «sacramento», y lo consideran como tal; y además, se interpreta simbólicamente como una muerte ritual del individuo para el renacimiento en una nueva vida, más real y transcendental. En algunas ocasiones, algunos nganguleros informantes[1] señalan que es una «puerta» («munelando», en congo) por la que ha de introducirse el individuo para que pueda entrar en un mundo nuevo y transcendental: el mundo de los espíritus.
El recurso de los espíritus proporciona un lenguaje revelador que permite al ngangulero el organizar o estructurar eficazmente su vida en sociedad, esto es, donde inscribe su actividad humana. En definitiva, este recurso proporciona un lenguaje místico que siempre está dispuesto a volver a colocar en orden cualquier elemento perturbador, a eliminar la inquietante incertidumbre, y a servir de protección contra toda inseguridad amenazante.
Para el ngangulero, el estar fuera del mundo de los espíritus supone el estar abandonado a la inseguridad; y si en algún momento el ngangulero creyese que se encuentra abandonado por los espíritus, la inseguridad («bakiri kó mbongo», en congo) y el miedo («niangui», en congo) se apoderarían de él, creyendo que se encuentra a merced de las fuerzas del mal. Y por otra parte, para el ngangulero, el concepto de las fuerzas del mal (llamadas «nguame» en su conjunto) viene a ser todo aquello que carece de sentido y que proporciona caos y desorden en el mundo; es decir, todo aquello que está en abierta oposición al curso normal de la vida y de las acciones humanas. Por ejemplo: la traición, la envidia, el odio, los celos, la enemistad, la persecución, el dolor, la enfermedad, o la muerte.
El empleo del lenguaje de los espíritus es lo que proporciona al ngangulero la confianza necesaria de que jamás le ocurrirán situaciones que considera negativas (las ocasionadas por las fuerzas «nguame»), y el que todo acontecimiento o suceso de la clase que fuere se origine dialécticamente con una explicación válida del marco del sistema religioso afrocubano.
Conviene insistir en que la iniciación en el Palo Monte Mayombe es una enseñanza gradual que supone una transformación progresiva del individuo para convertirse completamente en «otro». La formación religiosa, intelectual y moral pasa por diferentes estadios que, relacionados unos con otros, muestran un desarrollo gradual de los conocimientos impartidos en el «nsó-nganga». Las virtudes (paciencia, perseverancia, discreción y obediencia) forman la base física y moral de la enseñanza que se imparte entre los nganguleros. Por otra parte, la lenta y progresiva adquisición de cualidades, unida al conocimiento de las prácticas religiosas, conducen a la entrada de un espacio únicamente reservado para los iniciados, que es precisamente el estrecho círculo formado por los nganguleros del «nsó-nganga» que participan directamente en las prácticas religiosas de culto y de hechicería.
También se entiende que la continua acumulación de conocimientos en la formación progresiva que recibe el ngangulero, unido a lo moral, le conduce a la creciente conquista y dominio del medio; e incluso se puede percibir la existencia de un verdadero esquema de iniciación que está, además, perfectamente estructurado y que se expondrá en este apartado y al que se le dedicará un detallado análisis.
La conquista de sí mismo por parte del ngangulero adquiere una mayor extensión a medida que se va adentrando en el camino del conocimiento («bundanga», en congo); y además, le permite expansionarse místicamente adquiriendo funciones de «creador».
Si bien es verdad que el ritual iniciático del «rayamiento» o «juramento» corresponde al simbolismo del proceso de muerte y resurrección del iniciado, en el que este abandona al «hombre viejo» para convertirse en «hombre nuevo», esto no deja de ser una observación a través de un objetivo que suministra imágenes tan solo de un primer plano. Sin embargo, en la medida de que se va adquiriendo una perspectiva tomando en consideración los detalles más pequeños, puede percibirse la noción de un período que es el que Edmund Leach (1985:4-5-49) llama «período liminal» o «período marginal», situado entre la «muerte simbólica» del iniciado durante el ritual iniciático, de tal modo que estas se convierten entonces respectivamente en un retorno al «vientre materno» o renacimiento.
Cheo Barreto ofrecido la siguiente declaración:
«Bueno, para el «nfambi» (trad. neófito), se trata de aceptar voluntariamente la muerte, ser sumergido en las tinieblas del vientre materno y afrontar las angustias de un nuevo nacimiento; de esta manera, se transformará en otro individuo, y por ello recibirá otro nombre, que le será dado precisamente por su nueva «madre»: la «nganga».»
El tiempo real que separa los dos momentos de la existencia iniciática, la muerte y la resurrección, no se trata precisamente de un tiempo «muerto», sino que por el contrario se trata de un tiempo absolutamente «activo». Este tiempo puede ser más o menos largo según la amplitud que se otorgue a los distintos ritos que componen el ritual iniciático. Tras haber mantenido numerosas entrevistas con los nganguleros informantes[2] se ha comprobado que existen dos interpretaciones sobre el comienzo y la duración del período liminal del «nfambi» o neófito.
[1] Entrevistas realizadas a: Cheo Barreto y Noelia Martín, Ricardo O’Farrill y Ernesto Dómini.
[2] Los informantes que han expuesto la primera interpretación, son los siguientes: Emilio Jáuregui, Bernardino Rojas, Juan Alfonso, Middalia Quiroga y Gilda Gómez. Los que han expuesto la segunda interpretación: Ricardo O’Farrill, Cheo Barreto y Noelia Martín, Juan Mario Moracén, Rolando Rabelo y Emerardo Herrera.