«MATIABOS» (Parte 4)
«MATIABOS» (Parte 4)

«MATIABOS» (Parte 4)

La Secta Conga de los “Matiabos” de Cuba

Por: D. Fernando Ortiz

He aquí ahora un episodio de la estrategia de los matia­bos: «Con mil y una precauciones, fruto sazonado de culti­vada desconfianza, partimos del vivaque del amable briga­dier Acosta, con la que llamaremos escolta de seis de los matiabos, uno de ellos como práctico, quien, lo mismo que sus compañeros, obtuvo licencia para descansar de la beli­cosa faena de la víspera. Próxima estaba ya la línea férrea, y en llegando, practicamos por ambos flancos un escrupuloso reconocimiento, mientras los matiabos, haciéndose a un lado, se constituyeron formalmente en cúmbila para consultar al bilongo, si nos esperaba algún desaguisado; mas presto, ellos mismos a su conjuro contestaron que no había novedad, au­gurio seguido de su sacramental cantinela del cubila nganga cubilé, precursora de un oportuno sahumerio de humedecida y amasada pólvora.

Un triunfo magistral de los matiabos fue rebasar tranquilamente aquel obstáculo, ya que a su alre­dedor, según una genuina frase rústica, «hasta la sabana misma se encogió el resuello», a juzgar por el silencio que los parlantes caos y cateyes respetaron en aquellos supremos , momentos; por lo cual, una vez que del otro lado vimos, si no besamos la tierra, ni de hinojos nos pusimos en an ión de gracias al Altísimo, fue porque no estábamos para perder el tiempo en ceremonias». Añade luego Ramón Roa: «La asociación atávica de los matiabos quedó disuelta de una vez, mediante la extrema justicia mandada ejecutar pol­los consejos de guerra, o por la rápida acción de los encargados de perseguir a aquellos sectarios.» Tenemos otro documento de aquella época. La Ilustra­ción Española y Americana, de Madrid, publicó en su primera plana el 15 de agosto de 1875 un grabado titulado: «ídolo matiabo, cogido a una partida de rebeldes en el Zuramaquacam y destinado a guardar cenizas de los españoles quemados por los insurrectos.»

Por matiabo se conocía también cierto ídolo que usaban los negros congos en las reconditeces de sus palenques, a modo de selváticas aldehuelas africanas donde ellos vivían con sus costumbres y religiones. En Cuba se aplicó asimismo la voz matiabo a ciertos brujos o «brujeros» que hoy más propiamente decimos tata nganga, con vocablos congos, o nganguleros, con la raíz bantú nganga («brujo o brujería») castellanizada por una desinencia profesional («los que se dedican a nganga o hechicería»).

La palabra matiabo es también mulata, formada por el prefijo bantú del género personal singular ma y la voz tiabo, que no es sino la castellana diablo, o su equivalente portu­guesa, deformada por el cambio de la de por la te. Esa pa­labra mixta fue y es frecuente en las regiones del Congo de donde venían los esclavos y éstos trataban de expresar con ella el diablo, como les decían los misioneros portugueses a los brujos que tenían pactos con el demonio o trabajaban a favor de éste. Según Heli Chatelain, en su libro Folk-tales of Angola, la voz madiabu, o sea ma más diabu, es en An­gola y Congo corrupción de la portuguesa diabo, o sea «dia­blo», y la aplican a cosas de magia, superstición y blasfe­mos insultos. En Loanda dicen también mariabu a las «es­trellas fugaces», que estiman espíritus inflamados. De ahí salió también el cubanismo criollo Matiabera que, según Manuel I. Mesa Rodríguez, es nombre que le dan en sentido delictivo a una persona vieja que se dedica a prácticas espantosas. Así se oye decir «La salá Matiabera esa no pone los pies aquí que no traiga alguna salasión’.

La grotesca figura publicada en la citada revista española, corno esa otra también muy rústica que reproducimos para comparación, son típicamente de origen bantú. No son propiamente ídolos ni objetos de adoración o latría; no son si no personificaciones antropomorfas de los espíritus que en las imágenes son retenidos por los tata nganga; como ha­cían los necromantes de la Edad Media cuando encerraban un diablillo familiar en una redoma para servirse de él en sus nigromancias. Algo parecido a ciertas imágenes católicas esculpidas que contienen en el interior de su pecho alguna santa reliquia de la cual esperan favores sobrenaturales.

Los congos les llaman ndoki o nkisi y todavía esos muñecos se emplean en Cuba con los mismos nombres. En esa cavidad, lidiada en el cuerpo del ndoki, el brujo inserta pelos y hue­sos, preferentemente de una calavera tomada de un cadáver recién inhumado, porque «estando el muerto fresquecito» todavía su espíritu no se ha separado del cráneo y el necromante lo puede encerrar, con otras sustancias mági­cas, en el habitáculo de la estatuilla y hacerlo trabajar a sus órdenes como un nkisi.