El Mito de la causa final
El Mito de la causa final

El Mito de la causa final

En el mito se observan afectaciones por influencia cristiana. Por ejemplo, la exégesis de la causa final para los bantúes está dada en una tardanza, ya que de los dos animales que el Gran Ancestro envía a los hombres con la noticia de la vida eterna y de la muerte, respectivamente; el primero se retrasa, mientras que el portador del mensaje fatal es el que llega con prontitud. Sin embargo, nuestros paleros conciben un mito que explica que los hombres mueren debido a una desobediencia, es decir, la misma causa por la que los cristianos tienen que morir, su pecado original. He aquí una de sus versiones:

Nzambi hizo al primer hombre y a la primera mujer que hubo en el mundo. La pareja recién creada se casó y tuvieron un hijo. Se lo enseñaron a Nzambi, y él les dijo a los esposos que si a los siete días se les moría, que no lo fuesen a enterrar, sino que lo pusieran sobre unos bejucos para que no los cogiera la tierra. Resultó que el hijo se les murió a los siete días, y que en vez de dejarlo en la bejuquera, como él les había dicho, abrieron un hoyo y lo enterraron igual que a una semilla. Esperaron unos días, y fueron a contarle a Nzambi que el niño se les había muerto y que no resucitaba. Pero como Nzambi todo lo ve, ya había visto que lo habían desobedecido. «¿Pero yo no les dije lo que tenían que hacer? Ustedes son unos brutos que no saben nada. Ahora todos los que sigan naciendo, se morirán. Ni uno solo va a resucitar» (Informante; una versión similar aparece en Cabrera, 1954:)

En esta historia la creación está dada a partir de una pareja concebida por Nzambi, mientras que en el África bantú la primera causa se explica mediante una diseminación, una abrupta salida de seres humanos de una caverna, de un lago o de un lecho de junquillos. Los yorubas también tienen esta misma concepción de la causa inicial. Ilé Ife significa «casa de la diseminación» porque a ese lugar fue donde Oduduwa llevó el gallo y la tierra que le diera Olodumare (una de las versiones del Dios Supremo de los yoruba). Al soltarlo el animal movió las patas y dispersó la tierra, formándose así la ciudad sagrada de los yorubas y otros reinos donde se asentarían los primeros hombres a los que Orishanlá (Obatalá)[1] les puso las cabezas.

Considero importante reproducir lo que un tata enganga (sacerdote de la Regla Conga) le cuenta a Cabrera en otra de sus obras. Aquí se aprecia claramente el sincretismo cristiano-palero en relación con el mito de la creación y la causa inicial:

Es obra de Sambi desde lo más chiquito a lo más grande; lo más duro, lo más blando, y lo que no se agarra, el aire, el fuego, el pensamiento. Cuanto hay aquí en la tierra, mares, ríos, montañas, árboles, hierba, animales, bichos, y allá arriba en el cielo, el sol, la luna, las nubes, las estrellas. Todo eso y lo que no se ve y lo que no se sabe, lo hizo Sambi.

Para que hubiese hombres y mujeres fabricó una pareja. ¿Cómo se llamaron? ¡Yo no sé cómo se llamaron! Nunca los oí mentar por su nombre. Sé que hombre se dice yakara y mujer nkento, y que los padres se llaman Tata y las madres Yaya, así que esos fueron los primeros Tata y Yaya de la humanidad. Y los fabricó él sólo, no como Olodumare [una de las deidades supremas yoruba-lucumí] que confió esa tarea a su hijo Obatalá, quien modeló los cuerpos que después animara Olodumare (…)

Sambia preparó la menga —la sangre— que corre por las venas y mueve los cuerpos, les da vida, y por nkutu —por la oreja— les sopló la inteligencia para comprender.

A esta pareja de la que descendemos todos, negros, blancos y amarillos, Sambi les enseñó lo que tenían que hacer para reproducirse, alimentarse, defenderse. Y entre esos conocimientos esenciales a la conservación y protección de la vida les enseñó cómo confeccionar una Nganga, un Nkiso, un Makuto [recipientes mágicos]; lo que le sirve a un hombre para hacer el bien o el mal, curar o matar, le viene de Sambi, que nos dio la vida y la muerte, la muerte por desobedientes. Una buena vida, una buena muerte, o una vida y una muerte malas. Los viejos siempre le pedían una buena muerte. Igual que se la piden los blancos, para el caso es lo mismo, Dios es Dios como quiera que se llame, Sambiampungo o Santo Cristo… Pero eso depende del proceder de uno, el no quedarse muerto con la boca torcida y los ojos revirados y abiertos, como los mayomberos judíos, y luego mal enterrado, que es lo peor. Pues Sambi castiga a los malvados, reprueba la traición, la mentira, las faltas que se cometen con los mayores, y nos lleva la cuenta, como Olodumare, de nuestras buenas y malas acciones. (Cabrera, 1979: 124-125; las cursivas son del autor de este ensayo)

[1] Divinidad yoruba vinculada también a la creación. Simboliza la paz, la pureza y la sabiduría.