Madre de aguas o Majá de aguas
Madre de aguas o Majá de aguas

Madre de aguas o Majá de aguas

Se describe a Madre de Aguas como un majá (Epicrates angulifer), que de existir, sería la mayor serpiente de Cuba, perteneciente a la familia de las grandes boas sudamericanas, pero con atri­buciones fabulosas. En Cuba, se recrea según distintas versiones. En varios países de Latinoamérica existe con los nombres de la Vacu-Mama, en el folclor amazónico; Madre de Aguas, Colombia; Moña, Paraguay; Pinchero o Piguchén; Mae d’ agua, Brasil.

Las leyendas en Cuba di­cen que viven centenares de años y todo aquel que trate de matarle, morirá. Es recreada por la tradición rural casi siempre como un majá muy grande y ancho con cuernos, pelos en el lomo, o barbas y escamas tan gruesas que ni las balas le entran. Según la tradición, habitaban en ríos y lagunas que nunca se quedaban secos mientras contaran con su presencia.

Este ser adquiere, en las distintas re­giones, diferentes características: agresivo o neutral, maligno o beneficioso, silbante o silencioso. Siempre su aparición se rodea de misterio. En algunos lugares se le atribuye la propiedad de «bajear» (hipnotizar) a sus vícti­mas y llevarlas al fondo de las aguas, donde las devoran

En 1940, un grupo de alumnos de Gramática y Lite­ratura del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua la Grande —dirigido por la profesora Ana María Ariso— colectó el mito que titulara La Madre de Aguas de la La­guna de Hoyuelos. Esta leyenda afirma que en dicha la­guna existía un monstruo, una madre de agua, que como una sombra se elevaba sobre la superficie de las aguas y devoraba todo cuanto encontraba en su camino. Hasta una yunta de bueyes había desaparecido en esta laguna.

Otro mito recogido por Samuel Feijóo en su libro Cuentos populares cubanos (1960), nos dice como al guajiro Estanislao Reyes lo sorprendió la noche en el monte y se acostó sobre un tronco. Quedó profundamente dormido y cuando despertó, estaba en la playa de La Panchita, muy cerca de las olas. Resultó que no estaba acostado sobre un tronco, sino sobre el lomo de un gran majá de agua, ancho como una palma, que lo arrastró.

El Itabo es una pequeña loma en la finca cañera La Josefa, en la región de Caonao, antigua provincia de Las Villas. A sus pies se encuentra una laguna de la cual se comentaba salía una madre de aguas. En 1922, ocurrieron raros sucesos allí. Cuentan que un hombre que abrevaba a su yegua, desapareció, y que al otro día se observó una mancha de sangre en la laguna. Otro hombre que fue a pescar allí, también de­sapareció.

En el pueblo de Remedios —actual provincia de Villa Clara—, el doctor Miguel Martín Farto recogió un testimonio extraordina­rio de la señora Ida de Paula. El suceso ocurrió en el patio de su casa, ubicada en la calle Máximo Gómez. El lugar estaba lleno de hojas de plátano y todas las noches, des­pués de las 12, ella escuchaba un ruido allí. En varias ocasiones salió y golpeó las hojas con una vara, pues creía que era alguna lechuza; pero mientras más golpes daba, más ruido sentía. La señora pidió a un vecino que le lim­piara el patio, pero este no encontró nada. Esa misma noche cuando ella salió, vio en la esquina de la fosa un bicho que nunca en su vida había visto. Asomaba una cabeza grande y chata, tenía un par de tarros en forma de tirabuzones, terminados en punta fina, y entre estos col­gaba una cresta. Estaba cubierta de escamas que le pare­cían duras. Tenía un color raro, como veteado. Los ojos saltones. Cuando abrió la boca, esta era más grande que el resto de su cabeza. La lengua era negra y bífida. Tenía dien­tes dirigidos hacia atrás. La señora Ida buscó una botella con salfumán (ácido clorhídrico industrial) y la vertió den­tro de la boca del animal. La madre de aguas se derrumbó dentro de la fosa. El hueco por donde emergió el reptil fue tapado al día siguiente con cemento. Pero después apare­ció otro, y en muy poco tiempo varias aberturas más. Una noche la sintió chiflar. Ida, cuando llegaba la noche, cerra­ba todas las puertas y ventanas que daban al patio.

En Pinar del Río, la madre de aguas era un majá enorme, que dormía en el fondo del río San Juan y Martínez, curso hídrico del municipio homónimo, que drena las alturas pizarrosas del suroeste vueltabajeño. Según relata Francisco Rivera, mu­chos campesinos de esa zona estaban seguros de haberlo visto personalmente. Mencionaban también el charco del Jovero, una poceta que cubrió cierta vez la presa San Juan.

En cierta oca­sión, un arriero bajaba de las lomas con sus muías carga­das de café, cuando lo sorprendió la noche cerca del salto del río Caburní (Topes de Collantes, montañas de Trini­dad) . Decidió descansar y continuar el viaje al otro día, por lo que liberó a los animales, y dejó los aparejos sobre el tronco de una palma. Al despertar por la mañana, la palma y los aparejos habían desaparecido. Los buscó por los aire- dedores hasta que los encontró en el agua, por lo que se dio cuenta que ese tronco era una madre de aguas.

La leyenda cuenta que el campe­sino Agustín Marrero, en su afición a la caza de codorni­ces, andaba por los potreros y montes de toda la zona de San Antonio. Había allí un ojo de agua, una especie de pozo ancho y natural. El montero iba detrás de sus reses, y vio en ese lugar una mujer muy linda, desnuda en la orilla. Marrero la observó, y ella le dijo: «¿Me has visto? Pues si quieres vivir más tiempo no lo cuentes a nadie». Acto se­guido desapareció, tirándose al agua, pero sin hacer ruido; y en ese momento, el charco comenzó a revolverse, como un caldero de agua hirviendo. Al poco tiempo, olvidadizo o descreído, contó la historia a su esposa, y esa misma no­che ella enfermó y murió. Se cuenta que el mismo Marrero fue a este lugar con su hijo, a quien advirtió que no habla­ra, ni tosiera, o hiciera ruido alguno cerca del agua. No había nada anormal. Era una simple poceta de agua limpia y cristalina. De pronto y sin poder evitarlo, Marrero tosió y el charco comenzó a removerse, salpicándolo.